Sonrisa al frente

Publicado en por R. K. Harle

I


Le vio. Desde la punta del edificio que medía más de 50 metros le vio: Era una chica, 16 años de edad, sudadera roja, pantalones rasgados. Desafiante quiso llamarle.

            Dio un paso al frente y extendió las delicadas y bellísimas alas que llevaba a la espalda, cada una mediría dos metros de largo. Su color iba desde blanco “sacro” hasta un dorado sólo digno de reyes. Él -O ¿quizá debo llamarle “ella”?- tenía una túnica blanca que cubría su delgado cuerpo, el pelo lo tenía recogido en una coleta, mantenida gracias a unos aros plateados que contrastaban con su cabello rojo, que le llegaba hasta la altura de las rodillas.

Se posó frente a la chica. Sólo ella se había fijado en el espectáculo que Ser-raro (como le llamó) había dado. Abrió los labios pero no dijo nada, entonces cayó de espaldas y siguió viendo fijamente a Ser-raro.

Él le sonrió, ella también sonrió. La gente se juntó al lado de chica-roja, unos se interpusieron entre ella y Ser-raro, como si no vieren al hombre-alado.

Le hablaban a ella, la intentaban sacar de su ensimismamiento. Uno hasta le echó agua para “despertarla”. Poco a poco chica-roja fue cerrando los ojos, durmiendo como si estuviese en su cama, con sus cobijas, quizá un peluche, uno que tuviera desde niña.

“¿Vienes?” Soltó Ser-raro mientras le extendía la mano, ella balbuceó algo ininteligible y tomó su mano.

La gente que se había arremolinado junto a ella caminaba como siempre, como si nunca hubiese habido nada, como si chica-roja nunca hubiese estado allí, en esa calle, ni en ese estado ni en el mundo. Como si nunca hubiere existido.

II

 

 Luna llena. El agua comenzó a caer, primero como una lluvia normal, luego se intensificó, como un aviso.

            Alas-largas caminaba entre la gente, chocaba con casi todos, pero ni uno prestaba atención al golpe, como si no lo hubiesen sentido.

Llevaba las manos en los bolsillos de unos pantalones negros, la camisa blanca, al estar mojada, transparentaba su cuerpo, pero nadie le prestaba atención.

            De pronto se detuvo, poco a poco, como cuando se le acaba la gasolina a un coche y el auto sigue en movimiento por la inercia. Giró la cabeza hacia la otra banqueta.

Un vagabundo pedía dinero, en una mano llevaba un cartón que tenía “Soy ciego. Dame una moneda”, en la otra tenía una lata ahora llena por el agua, pero ni una moneda.

            Alas-largas se le acercó, pasó la calle sin mirar a los lados. Un coche plateado estuvo a punto de atropellarle, pero cuando el conductor sacó la cabeza para gritarle, había olvidado a quién debía regañar.

Cuando estuvo al lado del ciego, se encogió hasta tener su barbilla sobre el hombro derecho del limosnero. Susurró “Tienes pocas monedas.” El ciego, que no se había percatado de Alas-largas hasta que le habló, se giró y extendió la lata, entonó el cántico que tenía desde que había empezado: “Regáleme una monedita”.

Alas largas, o Ser-raro como le había llamado otra persona, se desencorvó y flexionó los brazos hacia atrás, para hacer tronar la espalda y dejar de sentir aquel dolor. Entonces habló:
“Si me das la mano, te regalaré otra vida”. El ciego se quedó callado, luego echó a reír. Después de unos segundos se bajó las gafas negras que cubrían las cavidades que en teoría deberían contener los ojos, pero que estaban vacías.

            “Si eres dios te daré la mano. Si eres el diablo… ¡Qué demonios, ya debo morir!” Y se levantó. 

III

 

 

Parecía otro mundo. Quizá era el desierto, quizá los pocos matorrales. Quizá eran las balas, las explosiones o tal vez los coches que pasaban sin preocuparse por el motor.

            Los hombres de allí parecían imitar a los camaleones, vestidos con ropa que no se distinguía de la arena.

-Are you crazy? –Dijo un hombre-camaleón, llevaba un casco del mismo estilo que su ropa, y en la mano derecha un rifle asalto. Por debajo de su ropa se distinguía un rostro de tez blanca, con ojos verdes.

-Are you crazy? –Repitió, pero ahora en gritos, señalando a Crazy, como le llamaba él.

Alas-largas le miró, luego replicó “What are you doing, what’s that?” mientras señalaba el arma, una metralleta del ejército estadounidense.

“Answer me. What are you doing here? You can die!” Gritaba piel-blanca, corriendo hacia él sin ver al ejército enemigo que se acercaba con los tanques. Y corriendo para darles alcance, la infantería.

            Entonces el estadounidense cayó, sangraba por la pierna. Mientras se retorcía de dolor gritaba “Run, run!” desesperadamente. Crazy caminó tranquilamente hacia él, sin inmutarse por las explosiones de los cañones ni por las balas que tenían como destino la cabeza de los piel-blanca.

“You’re hurt. Can I help you?” Susurró alas-largas, sonriendo. “Are you crazy, man?” Gritó piel-blanca con dolor. Entonces Ser-raro, que era el nombre que más le había gustado, tomó al herido por una mano y la pasó por su espalda, extendió sus alas para cubrir a su protegido, pero quedaron llenas de hoyos. Para su sorpresa, en un santiamén se habían vuelto a rellenar los espacios que parecieron quedar sin vida.

            Cuando piel-blanca abrió los ojos estaba en un lugar totalmente diferente, y ya no estaba en los brazos de Crazy. Ahora estaba en una silla de madera, tallada con diferentes formas, se podía distinguir desde un delfín hasta un dragón. A su lado, en el mismo cuarto negro que no había sido dotado de mucha iluminación, estaba una chica con sudadera roja mascando un chicle y frente a él, un hombre con una chaqueta desgarrada y la barba enredada en sí misma. Entonces se dio cuenta que aún llevaba la metralleta en las manos y la dejó caer, como si estuviera maldita. 

IV

 

 

Ser-raro estaba de pie en el cuarto negro. A la izquierda estaba el ciego, frente a él la chica y a su derecha el camaleón. Les había elegido para una sola razón, aunque egoísta, era una razón.

“Espero os encontréis bien” Espetó en una lengua, pero a la vez en tres. Cada uno escuchó como estaba acostumbrado, chasqueó los dedos para desperezarse y continuó su discurso: “Soy un ángel, uno de los hijos del de allá arriba” Les informó a la vez que abría sus alas, como si le hubiesen pedido algo que lo demostrase.

            Piel-blanca habló “¿Qué hacemos aquí?” Se sorprendió de ver que chica-roja le entendía, igual que el pobre.

“¡Es mi propia arca!” Declaró el ángel. Entre risas siguió hablando: “Y ustedes son mis elegidos.”

Caminó hacia el ciego, le rozó el hombro y dijo “Mi justicia es ciega”. Siguió caminando hacia la chica, se detuvo detrás de su silla y le rozó la mejilla con una mano, musitó “Y debe haber inocencia”. Al final señaló al piel-blanca y dijo “Y debe haber quien eche todo a perder”.

 

Inocencia habló, más para si que para el ángel “¿Por qué otra arca?”. El ángel que no se había movido de detrás de la chica respondió “¿No es obvio? Habrá otro diluvio”.

Justicia intentó ver hacia donde surgían las voces, abrió los labios pero el ángel le quitó las palabras de la boca “¿Te preguntas por dios? ¿Quién crees que hará el diluvio?”

            El piel-blanca enojado se levantó de la silla y habló: “¿Por qué nos salvas?”.

Eso no lo esperaba. En eso no había pensado… Quizá los escogió por azar, o por destino. Como fuese, no importaba, estaban a salvo, con él, en su territorio. En su juego.
 

V

  

El agua descendió de los cielos, y fue más dura que otras veces, caía junto con granizo de un tamaño nunca antes visto. Eso fue lo único que Alas-largas les dejó ver. Él sabía que la lluvia pronto pararía.

Y que todos habían caído en su trampa. 

 

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